sábado, 19 de enero de 2013

22. El hombre de las sombras.

La noche comenzaba a disiparse, para dejar paso a la descansada mañana. Parecía como si nada hubiera ocurrido, que todo había sido un mal recuerdo o un simple sueño.
Sin embargo, en la abandonada casa de la familia Riddle, los Malfoy no habían pegado ojo en su primera noche como fugitivos. Su único hijo había logrado huir de Azkaban con los jóvenes Gryffindor y no sabían cómo estaría ni en dónde podría haberse refugiado de los dementores.
Narcissa estaba sentada en el viejo sillón de la impresionante sala que había en el último piso de la mansión, meditando e intentando mantener la calma.
-Lucius, ¿por qué no vamos en su busca?- sollozaba.
-¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Si salimos de este lugar, seremos plato servido a esos bichos- parecía irritado.
Ella lo miró con algunas lágrimas en sus ojos y reflexionó en la respuesta que le había dado su marido.
-Pero, puede que esté malherido o...- justificaba, algo entrecortada.
-¡Él no debió de haber salido de su celda! ¡Sabía, perfectamente, que Redforth iba a sacarnos de allí! ¡La culpa fue suya, Narcissa!- interrumpió.
-¡Pero es nuestro hijo!- decía ya más enfadada.
Lucius la ignoró y subió las polvorientas escaleras que llevaban al segundo y tercer piso.
Su mujer rompió a llorar, pero ésta intentaba no emitir ningún sonido de su sufrido llanto.
Si, Draco, sabía que iba a ser rescatado por Richard Redforth, ¿por qué escapó con sus compañeros de Hogwarts? Estaba claro, que eso no entraba en el plan y que solo había ralentizado lo acordado. Lucius entraba en todas las habitaciones de la lúgubre mansión y no pasaba por alto ningún rincón de cada una de las habitaciones.
Sabía lo que buscaba, pero no sabía en dónde hallarlo. Mientras intentaba tener la mente fría, por lo de su hijo, luchaba por descubrir cuál sería el escondite idóneo para ese objeto que tanto anhelaba poseer en sus frías manos.
Hasta que llegó en una apartada y asolada habitación. La puerta estaba sellada con viejas telarañas y cubierta de polvo... Parecía como si llevara siglos en aquel rincón, apartada de todos.
¿Sería ese el lugar? Poco a poco, fue acercándose a la horrible puerta, casi parecía temerle y tomó su barita.
Ya, unos pocos metros de ésta, apuntó su barita hacia el oxidado pomo y tragó saliva.
-Alohomora...- murmuró con voz bastante quebrantada.
La puerta se abrió, y como si de un leve siseo se tratara, oyó su nombre y retrocedió varios pasos. Sabía lo que buscaba y lo que deseaba, solo estaba a un paso de ello; pero su miedo le había invadido, por completo, su mortal cuerpo.
Sin embargo, tomó aliento y, con éste, las fuerzas necesarias para adentrarse y penetró en la oscura habitación.
-Lumos- murmuró y, de su barita, apareció un leve destello de luz.
Narcissa miraba hacia la gran ventana del salón, que daba hacia el hermoso jardín, y casi parecía desear ver aparecer a su hijo por aquellos árboles de al fondo.
Pero, oyó unos pasos desde el techo del salón; era Lucius Malfoy, que corría hacia las escaleras.
-¿Qué ocurre?- se preocupaba, pensando que habían sido descubiertos.
En ese momento, aparece éste con un viejo libro negro polvoriento y bastante antiguo.
-¡Lo he encontrado! ¡Al fin!- casi parecía haber enloquecido, mientras lo miraba con ansias.
Su mujer estaba aterrada, pero prefirió no decir nada y seguir a su marido.
-Debemos huir a Rumania- explicaba, mientras guardaba ese extraño libro en el interior de su abrigo.
Narcissa no estaba dispuesta en dejar a su único hijo a merced de los dementores y retrocedió unos pocos pasos.
-No... No pienso dejar a Draco- sollozaba.
Lucius la miró con locura, pero intentaba calmarse.
-Cariño, solo debemos partir y proteger lo que tanto hemos sacrificado por encontrar...- murmuraba entre dientes.
-¿Hasta nuestro propio hijo?- se sorprendía de ver cómo había empeorado su marido.
-¡Él escogió irse!- se irritaba más.
Ella negó con la cabeza, mientras desramaba sus cristalinas lágrimas.
-Narcissa... Él... Él me eligió y no puedo defraudarlo... ¡Ahora no!- respiraba fuertemente.
-Pero Draco...- susurró.
-Él estará bien... Potter no dejará que le pase nada...- concluyó y comenzó a reír mientras salía de la casa.
Narcissa sabía que, Lucius, había perdido el juicio... ¿Qué podría hacer? Ahora que han encontrado lo que buscaban, sabía que la cosa solo podría empeorar.
Pero le siguió y, desde el fondo de su corazón, deseó que nada malo le ocurriera al joven Slytherin.
Mientras tanto, en el escondite-refugio, Harry comienza a retorcerse del dolor y escozor que siente en su blanquecina frente.
Éste comienza a tener una horrible visión, donde aparece Tom Riddle. Le sonreía y ofrecía su mano, pero Harry negó con la cabeza y se postró en el suelo.
Sus compañeros comenzaron a preocuparse y acudieron hacia su amigo.
-¡Harry! ¡Harry, aguanta!- lloraba Ginny, bastante preocupada.
Hermione tomó el brazo de Draco y lo miró con miedo.
-¿Qué le ocurre a Harry? ¡Dilo de una vez!- se ponía más nerviosa.
Éste tragó saliva y miró, con temor, a su compañero Potter.
-No... No estoy seguro...- casi parecía tartamudear.
-¡¿Cómo?! ¡¿Para esto nos hemos jugado la vida?! ¡Habla, maldito hurón!- amenazaba Ron con su barita.
Draco lo miró con ira y tomó su barita.
-Podemos dedicarnos a pelear, Weasley, pero eso no ayudará a Potter- decía con una malvada sonrisa.
El chico pelirrojo acaba harto, pues no soportaba a su enemigo desde varios años, y decidió convocar un hechizo; pero, Hermione, lo detuvo.
-Ronald, por favor... Es nuestra única esperanza- le suplicaba, mientras se ponía entre la barita y Draco.
Todos estaban tensos y preocupados, se encontraban en medio de la nada y no sabían qué debían hacer.
Ron cedió ante la petición de su compañera y guardó su barita, pero aún mantenía su mirada de odio al joven Malfoy.
Draco sonrió de satisfacción y guardó su barita. Pansy también estaba sorprendida, aunque sabía que su prometido era el mismo de siempre con el joven Weasley, tuvo miedo por las circunstancias.
Se habían metido en un gran problema y habían tensiones entre ellos, ¿cómo podría encaminarse todo esto?
Hermione, por una vez, no sabía a qué recurrir ni tampoco sabía lo que estaba pasando... Se sentía frustrada, pues estaba ante un problema múltiple y no sabía qué hacer.
Harry ya comenzó a respirar con más tranquilidad, el dolor había cesado y pudo incorporarse, ayudado por las cálidas manos de Ginny.
-Estoy bien... Tranquila- murmuraba, con una tierna sonrisa y acarició la mejilla de ésta.
Ginny, que había pasado un momento de miedo, se abalanzó a Harry y le abrazó fuertemente.
Éste correspondió el abrazo y besó su pelirrojo cabello. El estar con ella, le hacía sentir paz y felicidad, ¿qué haría sin ella?
Sin embargo, su mejor amigo, había caído en un mar de celos; pues, se había sorprendido de la mirada que había puesto Hermione al desafiar a Draco. Intentaba negarlo, pero siempre volvía a estar presente ese pensamiento... Que Hermione pudiera sentir algo por Draco, aunque, le sonara absurdo, no sabía el por qué y comenzó a dudar.
-Harry, deberías descansar- decía Jessica, intentando romper el hielo.
Ginny volvió a sentir celos, pero logró disimularlo con una sonrisa a éste y asintió con la cabeza.
-Jessica tiene razón- logró disimularlo y, el joven Harry, asintió.
Luna y Neville, eran los únicos que miraban la situación que les estaba acechando y temieron por el mal camino que estaba tomando todo aquello.
-¿Qué hacemos? Todos están enloqueciendo y no me gusta nada lo que le está pasando a Harry...- susurraba Neville a su compañera Ravenclaw.
-Solo podemos impedirlo manteniendo la mente fría, Neville. Ellos nos son conscientes de lo que está pasando- decía, mientras miraba a su asustadizo amigo.
Las cosas no parecían ir a mejor y, mucho menos, para Hogwarts. Aberforth Dumbledore caminaba, a paso ligero, por los pasillos de la escuela. Había recibido la inesperada visita del Ministerio de Magia y no parecía traer nada bueno.
Por fin, había llegado al gran comedor de la escuela, donde le esperaban Dolores Umbridge, acompañada de Percy Weasley y de varios miembros del Ministerio.
-Señor Aberforth Dumbledore, espero que sea consciente de la gravedad de esta situación tan... Desesperante- decía con una voz bastante aguda, la señora Umbridge.
Estaba irritada y muy enojada.
-Entiendo lo que quiere decir, señora Umbridge...- intentaba disimular la calma, pero fue interrumpido.
-¡Ocho alumnos de Hogwarts, han sido partícipes de una idea tan demente, como colaborar en la fuga de la familia Malfoy! ¿Es consciente de ello?- dijo muy irritada y con ira en sus pequeños ojos.
El director no tenía palabras y asintió con la cabeza. No podía negar lo evidente y sabía del gran problema que llevan los jóvenes magos en sus hombros... Liberar a un prisionero de Azkaban los llevaría a la muerte inmediata.
Umbridge intentaba hallar a los chicos, cueste lo que cueste y condenarlos como ella pensaba que merecían. Sin embargo, poca ayuda le podía ofrecer el director, ya que, no sabía ni en dónde podrían estar.
Los problemas aumentaban y el sueño le era, casi imposible, para el joven Potter.
Agitaba su cabeza de un lado a otro, veía visiones en sus sueños y oía voces; pero en ninguno de los casos, reconocía nada.
No sabía lo que soñaba ni tampoco lo que oía, despertó y comenzó a vomitar. Estaba mareado y exhausto... Solo podía recordar la sombra de un hombre y su voz, llamándole Angus.
Ginny no cesaba de estar preocupada y angustiada.
-Harry... Lo siento, ojalá pudiera hacer algo... Pero no sé qué hacer y...- sollozaba en lágrimas.
Éste se incorporó y tomó sus pequeñas manos.
-Ginny, con que estés conmigo, es más que suficiente- decía con una tierna sonrisa.
Luna se acercó a sus dos amigos y, con su barita, consiguió lanzar un hechizo para limpiar aquel apestoso desastre.
-¿Te encuentras mejor? Puedo prepararte un té- murmuraba Luna, mientras guardaba su barita.
Él negó con una agradecida sonrisa y sin apartar sus manos de las de Ginny.
-Gracias Luna, pero ahora no necesito nada...- concluyó.
La joven Lovegood le dedicó esa clásica sonrisa suya y se encaminó hacia la joven Granger.
Ella estaba leyendo el periódico, para ponerse al día de todo lo que estaba pasando en el mundo mágico; sin embargo, no podía evitar el poner, un momento, sus ojos en el exterior de la tienda. Conseguía divisar a Draco con Parkinson.
Estaban sentados al frente de la tienda, uno al frente del otro y hablando entre ellos. Era imposible saber, con exactitud, de lo que estaban hablando. Una vez más, descendió su mirada al mágico periódico, leyó un par de renglones y volvió a mirar hacia éstos.
Se sentía estúpida y negó su cabeza, volviendo a esforzarse en leer dicho periódico.
-Te cuesta concentrarte- detallaba Luna, mientras se sentaba al lado de ésta.
Hermione se puso algo nerviosa y miró a Lovegood.
-¿Eh? No... Qué va... Es solo que...- continuaba- Está bien, sí, me cuesta concentrarme- confesó en voz baja.
Le avergonzaba reconocerlo, pero no tenía ninguna otra escusa y su actitud la había delatado desde el principio.
-No te preocupes, no pienso decirle nada a nadie. Pero, ¿qué es lo que te pasa exactamente?-.
-No lo sé... Creo que no estoy dando todo lo mejor de mí y, con lo de Harry... Pues no doy el 100 por ciento- murmuraba, descendiendo su mirada.
Luna tomó su mano y le dedicó una sonrisa.
-No te preocupes, tú solo toma el tiempo que necesites y no te agobies-.
Esas palabras eran las que más necesitaba Hermione, pues había sentido paz y ánimo. Asintió de agradecimiento y compartió el trabajo con su buena amiga Ravenclaw.
A lo mejor, no era gran cosa, pero con muy poquito, se puede resolver grandes conflictos.


HERMIONE, DRACO Y RON

DRACO MALFOY

HARRY, RON Y HERMIONE

LUNA Y GINNY

PANSY PARKINSON

HOGWARTS

DEAN


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