domingo, 30 de diciembre de 2012

9. Declaración.

Como campanas, los ascensores iban y volvían chirriando, con murmullos de magos y brujas que iban de un lado a otro. En aquel asolado pasillo no se veía a nadie y las voces eran pequeños ecos que retumbaban aquellas paredes oscuras.
Hermione miró su reloj de pulsera y aún faltaban cinco minutos para las seis. La hora exacta en la que comenzaría el juicio contra la familia Malfoy.
Al parecer, todo fue un sucio juego. Una mala acción para una desmerecida recompensa como el perdón de ésta y de todos los demás magos que habían sufrido los intencionados daños que causó la familia Malfoy.
Nunca antes había sentido tanta vergüenza de sí misma como este día. No deseaba ver al joven Malfoy y tampoco dedicarle unas ciertas palabras de amargura; sin embargo, algo de su interior fue creciendo.
Era la injusticia de ver cómo podría regodearse el muchacho de verla tan perdida por un simple beso con truco.
¿Qué sentido tenía sufrir por alguien así? Ya está. Lo había decidido y deseó encontrarse con Draco Malfoy, aunque solo sea para decirle: Ojalá, en Azkaban, te hagan pagar con creces lo que me has hecho.
Sería tan feliz si pudiera decirle esas palabras... Pero, como deseo del destino, oyó una voz reconocible para ella.
Era Lucius Malfoy. Se aproximaba hasta donde estaba la entrada de la sala y, Hermione, no quiso ser descubierta por éste.
Rápidamente, sacó su barita y convocó aquel hechizo que aprendió la semana pasada en uno de sus libros de lectura habitual.
-Haud Veridicus Tempus- murmuró la joven y desapareció.
Se quedó quieta, sin respirar casi... El hechizo solo duraba diez minutos, como mucho y esperó hasta que, Narcissa Malfoy, entrara después de su marido y cerrara la puerta.
No había visto a Draco Malfoy y se extrañó. ¿Acaso no hay juicio contra él, también? 
Se acercó hacia la puerta y pegó, suavemente, su oído para averiguar qué pasaba con el joven Slytherin.
-Ah, señores Malfoy. Pensábamos que no llegarían a venir- dijo Wiggleworth, quien se encargaba del departamento de entrada en vigor de la ley mágica.
-Sentimos mucho el habernos retrasado, señor. Tuvimos ciertos... Contratiempos- intentaba defenderse Lucius, con una falsa sonrisa.
-Vaya, cuánto lo lamento- dijo Wiggleworth, con tono sarcástico.
-¿Y dónde está su hijo, señor Malfoy? Si no me equivoco, en la carta había sido nombrado también, ¿o es que tuvo algún contratiempo?- decía sin mirar hacia éste, ya que estaba leyendo la orden donde especificaba su asistencia al tribunal, tanto la de sus padres como la de él.
-Mi hijo fue un momento al servicio, señor... No tardará- dijo, Lucius, educadamente, aunque estaba muy irritado por el señor Wiggleworth.
Hermione se apartó de la puerta y lo meditó por un segundo.
Estarían ellos dos solos y podría expresarse sin que nadie la interrumpiera. Quizá fuera algo inmaduro, pero quiso ver la cara de Draco y avergonzarlo.
Sin más, se encaminó hacia los baños. A su hechizo solo le quedaban cuatro minutos, pero supo aprovecharlo al máximo.
Finalmente, consiguió llegar hasta el pasillo que llevaba a los baños y sostuvo fuertemente su barita. No había nadie y el silencio reinaba en cada esquina de aquel iluminado pasillo; pero, unos pasos que se acercaban a la puerta de la entrada del baño, alertó a la joven.
Ésta se pegó al lado de la puerta y esperó a ver quién salía del baño de hombres. Para su suerte, era nada más y nada menos que Draco Malfoy.
Llevaba traje y corbata. Los pantalones y la chaqueta eran de color negro; y su corbata era de color azul oscuro. Se veía nervioso y su respiración era algo notoria. 
El chico estaba a punto de empezar a caminar hacia la sala, pero notó un objeto punzante en su nuca.
-Yo que tú, escucharía lo que te tengo que decir, ¡asquerosa serpiente!- se atrevió a decir Hermione, bastante seria y decidida.
Draco no entendía lo que estaba haciendo la joven y, lentamente, fue dándose la vuelta.
El hechizo había desaparecido y pudo ver, con claridad, a Hermione.
-¿Qué haces, Granger? ¿No recuerdas que estoy de vuestra parte?- dijo Draco, mirándola seriamente y procurando no tartamudear. Su corazón empezó a latir fuertemente, sin embargo, pudo mantener la compostura.
-¿Que estás de nuestra parte? Lamento decírtelo, pero no te ha salido bien la jugarreta, Malfoy- dijo la joven, aún seria.
-¿Jugarreta? Estás mal de la cabeza, Granger. ¿Acaso no te lo demostré con el beso?- intentaba defenderse el muchacho, pero era envano.
-¡Lo del beso fue el colmo de tus humillaciones! Ya no me engañarás más con tus trucos y tus mentiras. Por esta vez, no voy a creerte y no pienso ni defenderte hoy- continuaba muy enfadada- Me da igual los castigos que te hagan pasar en Azkaban, ¡te mereces más de lo que te torturen allí! Ojalá experimentes lo que has hecho, Malfoy... Ojalá-.
Draco no pudo creer lo que oía. Tragó saliva y descendió su mirada, sonrió levemente y comprendió que no le habían dado ni una oportunidad para cambiar.
-Si así lo crees, Granger, está bien- concluyó con esa misma sonrisa y mirando a la joven. Sin embargo, solo reflejó vacío en su interior; pero antes de que, Hermione, se diera cuenta, éste se dio la vuelta y continuó su camino hasta la sala.
Ella descendió su barita y suspiró, disimuladamente. Por fin lo había conseguido.
En ese momento, Draco entra a la sala y cierra la puerta. Estaba decaído y procuró volver a poner la máscara de indiferencia y seriedad.
Sin hacer esperar más al señor Wiggleworth, se sentó al lado de sus padres y prestó atención a su primer juicio.
Mientras comenzaba el juicio, la muchacha entró en silencio y se sentó al lado de su pareja, Ron.
Harry estaba sentado al lado de su director, en una de las mesas que daban hacia el estrado y, al lado de éstos, estaban los Malfoy.
Los Weasley y la joven, iban como oyentes, así que, no podían participar en nada de lo que se dijera o mostrara a los que estaban sentados en aquellas mesas.
Harry respiraba fuertemente, pero procuraba disimularlo; estaba nervioso, ya que, aún recordaba su primer juicio en el Ministerio.
Todo estaba como antes y la sensación, era algo parecida, pero no le iban a encarcelar a él; sino a los Malfoy.
-Bien, según algunos testimonios de varios magos y brujas, afirman haberos visto como mortífagos y al fiel servicio de Lord Voldemort. ¿Es eso cierto?- dijo el señor Wiggleworth a los tres posibles culpables.
-Sí, es cierto, señor. Sin embargo, he de decir, que era en nuestra contra... Como comprenderá, temíamos morir en manos de semejante mago y...- se explicaba Lucius Malfoy.
-Ha confirmado la declaración que les he leído, señor Malfoy. Si usted y su familia se sintió obligada o presionada a servir a Lord Voldemort, debía de haber alguien que pueda corroborar esa aclaración... ¿No cree?- interrumpía Wiggleworth.
-Sí, lo sé. Por eso, hemos llamado al señor Harry Potter- aclaró Lucius, algo nervioso.
Harry miró hacia el patriarca de los Malfoy y tragó saliva.
-Bien, pues ahora le ha llegado su turno, señor Harry Potter- decía Wiggleworth, mientras miraba al joven Potter.
El chico asintió con la cabeza y respiró hondo. Tenía miedo de que todo llegara a cambiar y que le culparan a él de todas las atrocidades que se habían cumplido en todo este tiempo.
Pero, su tranquilidad estaba naciendo de él, cuando se acordó de su familia, los Weasley y de su defensor, el director Aberforth Dumbledore.
-Señor Potter, ¿ha sido víctima de la familia Malfoy?- preguntó, mientras miraba a los ojos de Harry.
-Sí... Sí, señor...- tartamudeaba Harry.
-¿Puede decirnos en qué momento?- seguía sin apartar su vista del chico.
-Fue cuando, Voldemort, había regresado... Mis amigos y yo, estábamos huyendo de los carroñeros en los bosques, pero nos capturaron y nos llevaron a la mansión de la familia Malfoy- declaró Harry.
-¿Y, en algún momento, os torturaron o atacaron?-.
-Em... Bueno, cuando intentamos escapar... Lucharon contra nosotros, pero no nos han hecho daño...- seguía nervioso el chico.
-Entiendo. Sin embargo, según esta declaración anónima, a su amiga, la señorita Granger, la torturaron- leía en un pergamino.
-Sí, señor... Es cierto... Fue Bellatrix. Torturó a Hermione, escribiéndole sangre sucia en su brazo...- aclaraba el muchacho.
-Y, la última pregunta, ¿es cierto que, el señor Lucius Malfoy, dejó en manos de la señorita, Ginny Weasley, un horrocruxes?- cuestionó, al fin, mientras miraba a Harry.
-Sí... Sí, señor...- murmuró Harry, bastante nervioso.
-Entonces, ¿diría usted que, la familia Malfoy, actuó en contra de su voluntad?- preguntó, algo desafiante.
-Lo siento... No estoy seguro...- respondió Harry, bajando su mirada y muy tenso. En verdad, le era imposible saber si estaban siendo obligados por Voldemort o no y solo pudo contestar algo así.
-Bien. Pues, en ese caso y dadas las circunstancias, se les declara culpables- sentenció Wiggleworth, ya mirando a los Malfoy.
-¡Esto es un ultraje! ¡No puede hacer eso! Fuimos obligados a servir a Lord Voldemort y, si hicimos todas esas cosas, fue para salvar nuestras vidas- se indignaba Lucius Malfoy, mientras se ponía en pie.
-Señor Malfoy, el señor Potter ha contestado a todas mis preguntas y en ninguna a declarado a su favor. Si hubiera dicho que colaborasteis, para salvarlos de la mano de Voldemort, sería una prueba concluyente de vuestra declaración; sin embargo, no es el caso- aclaraba Wiggleworth.
Lucius Malfoy seguía indignado, pero no dijo nada más y se sentó en su asiento.
-Bien, ya que todo está claro, se les condena a sentencia de muerte...- decía éste, mientras leía otro pergamino.
Draco no dijo nada, tenía su mirada en sus manos que estaban apoyadas en la mesa. Parecía como si no sintiera ni frío ni calor... Le sentenciaron a muerte y no objetó nada, simplemente, lo aceptó.
A ninguno le alegró semejante sentencia y, mucho menos, para la joven Granger.
Por un momento, aquellas palabras con las que despidió al joven Slytherin, se les había clavado como cuchillos en su pecho y sus lágrimas comenzaron a desramarse, en gran medida.

DRACO MALFOY

HERMIONE Y DRACO

HARRY POTTER

ATRIO DEL MINISTERIO DE MAGIA





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