Harry había subido al carruaje, tirado por dos hermosos pegasos, y acompañado por el director Dumbledore.
-Perdone, director, pero deseamos ir con ustedes...- dijo Arthur Weasley.
-Pueden acompañarnos si lo desea, señor Weasley; pero he de pedirle, que no intervenga en el juicio... Por vuestro propio bien- murmuró el director.
El señor Weasley asintió con una sonrisa de agradecimiento y llevó a su familia al pequeño cupé rojo.
Hermione iba con ellos, pero apenas había dicho una palabra y, Ginny, se había percatado de esto.
-Hermione, ¿estás bien?- preguntó la joven Weasley, en voz baja.
-Si, perdona... Es que estoy un poco cansada...- respondió la muchacha intentando aparentar normalidad.
Ginny le dedicó una linda sonrisa y no preguntó más.
Ya en el cielo y de camino hacia el Ministerio de Magia, Ron tomó la mano de su compañera y la miró con ternura.
La joven lo miró y le dedicó una tierna, pero preocupada, sonrisa.
-Todo saldrá bien, ya lo verás- murmuró Ron.
-Sí, lo sé...- contestó la joven, en voz baja. Sin embargo, no paraba de pensar en Draco Malfoy. ¿Cómo iba a salir lo que llevaba pensando desde aquella mañana? Temía por los cambios bruscos de su corazón, pero se esforzaba en esconderlo hasta lo más profundo de su ser.
La lluvia se hacía más fuerte y los truenos más constantes, pero no conseguían evitar el camino hacia el juicio.
Finalmente, habían conseguido llegar hasta el centro de Londres.
-Bien, Harry, ya hemos llegado. Toma mi brazo- dijo el director, mientras ofrecía su brazo y sacaba su barita.
-Pero, señor, ¿cómo vamos a bajar del carruaje, si estamos rodeados de muggles?- murmuró el chico, un poco preocupado de la altura tan notable que había entre el carruaje y el suelo de la calle.
-Solo sostén mi brazo y, Harry, cierra los ojos. Siempre suele marearse cuando se viaja por primera vez- concluyó el director.
El muchacho se puso un poco nervioso, pero tomó el brazo de su director y cerró los ojos.
-Aperi Degressus- dijo en voz alta Aberforth Dumbledore e, inmediatamente, Harry y éste descendieron hasta que, sus pies, tocaron el suelo de Londres.
-Ya puedes abrir los ojos, Harry- dijo Dumbledore, escondiendo su barita.
El chico abrió, rápidamente, sus ojos y miró de un lado a otro.
Parecía como si, nadie, hubiera visto lo que acababa de pasar. Habían descendido, velozmente, hasta el suelo y nadie los vio caer del cielo.
Harry miró hacia el cielo y vio cómo desaparecía el carruaje.
-Continuemos- concluyó el director.
Caminaban decididamente hasta una cabina telefónica y, ésta, no había sido olvidada por la mente de Harry.
-Vaya, esta cabina es...- murmuraba Harry.
-Efectivamente. Ya veo que no la has olvidado- dijo el director Dumbledore.
-¿Cuántas entradas tiene el Ministerio, señor?- preguntaba Harry mientras se ajustaba sus gafas.
-Tienen varias entradas... Bueno... Yo solo recuerdo dos. Esta cabina y en una fuente que se encuentra en uno de los parques de esta zona... Aunque no recuerdo muy bien cuál- respondía éste, con una sonrisa melancólica.
-¿Cómo era?- preguntó el chico, mirando a su director.
-Bueno, te acercabas a la fuente con un pequeño puñado de polvos mágicos de duende, los dejas caer en el agua y pronuncias las palabras Ego Sum... Aún recuerdo ese viaje que hicimos Albus y yo...- seguía con esa sonrisa de melancolía.
-¿Siempre se han llevado bien?- preguntó Harry, mientras reflejaba en sus ojos el cariño que sentía por su antiguo director.
-No siempre éramos unos angelitos, Harry. Sobretodo, si hacíamos travesuras con los petardos mágicos- concluyó éste con una risa, al recordar una vez en la que desperdigaron varios petardos mágicos por la escuela.
Harry sonrió y agradeció, interiormente, aquella conversación; ya que, a duras penas, había oído hablar a alguien de Albus Dumbledore.
Al fin había llegado su turno en la cola de la cabina. Eran los últimos y entraron a ésta.
-¿Puedo probar?- preguntó Harry. Sentía mucha curiosidad.
-Claro, solo debes pulsar las teclas tres, seis, cinco y dos- contestó el director, mientras dejaba pasar al joven mago.
Harry descolgó el teléfono y marcó los números que había nombrado su director. Luego, colgó el teléfono e, inmediatamente, la cabina interior fue descendiendo como aquella vez que viajó con Arthur Weasley.
A medida que bajaban, se iba apreciando desde lo alto, el pasillo común del Ministerio y a todos los magos y brujas caminando apresuradamente de un lado a otro.
Finalmente, habían llegado y bajaron de la mágica cabina.
El director no tardó en encaminarse hasta el increíble ascensor y Harry intentó llevar su paso, sin embargo, siempre se mantenía detrás de éste.
Por fin consiguieron entrar en el ascensor, pero vieron a los Weasley correr torpemente; ya que, tropezaban con varios magos.
-¡Por las barbas de Merlín! Nunca había visto este pasillo tan lleno, como hoy...- decía Arthur Weasley, casi sin aliento.
-¿Cómo te encuentras, Harry?- preguntó Hermione, en voz baja y un poco presionada por todos los que habían entrado en el ascensor.
Estaba bastante lleno y moverse era algo imposible.
-Estoy bien, pero... El juicio no es contra mí, sino contra los Malfoy- susurraba Harry, a sus espaldas; ya que, la joven se encontraba detrás de éste.
-¿Cómo? ¿Por qué?- se sorprendía Hermione.
-Fueron seguidores de Voldemort y ellos quieren que yo sea su testigo- seguía susurrando el muchacho.
Hermione no podía creer lo que estaba oyendo, ¿acaso, Draco Malfoy, la había utilizado para que los apoyase? Esta pregunta había herido su corazón, sintió una gran decepción, pero intentó no aparentarlo.
-¿Y qué piensas hacer?- preguntó la joven, aún intrigada.
-No lo sé... Dudo mucho que no desearan servir a Voldemort y que hayan sido obligados por él a hacer lo que hicieron...- susurró el chico, mientras intentaba ver los castaños ojos de su amiga.
-Harry, solo di la verdad- se conformó la muchacha.
Se había resignado y decidió olvidarse, por completo, del joven Slytherin. Había sido engañada y traicionada... Una vez más, había sido objeto de burla para él y no quiso saber nada más de él.
No entendía el por qué, pero sentía un gran dolor en su corazón; pero decidió tragarse sus lágrimas y detestar a Draco Malfoy, como debió de haberlo hecho mucho antes... Sin embargo, una pequeña esperanza, quería nacer de su corazón. Aunque, ella, se negó en rotundo en llegar a ilusionarse por alguien así.
-Lo siento mucho, Hermione...- susurró Harry, que había conseguido tomar la mano de su amiga.
La joven le dedicó una tierna sonrisa de agradecimiento y negó con la cabeza.
-No, perdóname tú, Harry... Os he defraudado a ti y a Ron- confesó la joven, en voz baja y aguantando, como podía, sus lágrimas.
En ese momento, llegaron a su planta y bajaron, como pudieron.
-Harry, no me siento capaz de entrar y ver su cara... Seguro que estará esperando verme hundida y...- intentaba decir la joven.
-Tranquila. Lo entiendo... ¿Quieres que, Ron, se quede contigo?- animó el chico, con una dulce sonrisa.
-No, descuida... Estoy bien- sonrió la joven.
Harry la abrazó y besó la castaña cabeza de la muchacha.
-Harry, debemos entrar- murmuró Ron, mientras apoyaba su mano en el hombro de su amigo.
Harry asintió y le dedicó una última mirada a su buena amiga. Luego, entraron en la sala.
Ron quiso entrar, pero se preocupó por su pareja.
-Ve, Ron. Estoy bien, solo que... Esa sala me trae malos recuerdos- concluyó la muchacha con una dulce sonrisa.
El chico asintió y le dedicó una tierna sonrisa.
-Cualquier cosa que necesites, envíame una nota mágica. Como aquella vez, en casa- finalizó Ron con una risa, al recordar aquella vez que, Hermione, le envió una nota mágica con forma de gorrión.
Ella asintió y vio cómo entraba el joven Weasley en la sala.
Ahora estaba sola y deseó sentarse en un banco que había junto la puerta.
Tenía muchas cosas en las que pensar y, la principal prioridad, era Draco Malfoy.
DRAMIONE |
ABERFORTH DUMBLEDORE |
HARRY Y HERMIONE |
RON WEASLEY Y HERMIONE GRANGER |
LUNA LOVEGOOD Y GINNY WEASLEY |
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LONDRES |
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