Depositó sus rodillas en aquel pasillo, a tan solo unos pocos pasos del despacho del director, y sus lágrimas brotaron de sus hermosos ojos. ¿Cómo era posible que, su cicatriz, volviera a arder como antaño? ¿Acaso, Voldemort, había vuelto a la vida? Eso era totalmente imposible... Pues había muerto ante todos los presentes, los buenos y los malos.
-¡Harry, ¿qué te ocurre? Harry!- exclamaba su pelirrojo amigo al verlo retorcido del dolor.
En ese momento, aparece Aberforth Dumbledore y presencia semejante sufrimiento. Sin dudarlo, se postra ante el joven Potter y lo recuesta boca arriba.
-Señor Weasley, busque a la profesora McGonagall y dígale que venga. ¡Corra!- ordenaba el anciano director, mientras tomaba su barita.
Harry solo sentía que su cabeza iba encogiendo cada vez más y, por si fuese poco, su antigua cicatriz se hacía presente con un fuerte escozor.
-Ahora, más que nunca, debes ser fuerte... Harry...- intentaba consolar Dumbledore.
Éste, apartó el flequillo del chico y allí estaba, como si se dibujara con un pincel, la cicatriz volvía a retomar su insufrible lugar. Harry lloraba, amargamente, mientras gritaba fuertemente.
Gritos que aumentaban y se adueñaban de cada rincón de la escuela. Éstos llegaron a oídos de cada maestro y profesora de Hogwarts; éstos no dudaron en acudir hacia el lugar donde se hallaba semejante sufrimiento.
La joven Granger reconoció aquellos gritos y, su mirada, se había apartado de Draco Malfoy.
-Oh no... ¡Harry!- había dicho la muchacha, que comenzó a correr hacia su fiel amigo.
El joven Slytherin decidió dar con sus padres; aunque, un miedo aterrador, comenzó a invadir su cuerpo. No podía explicarse con unas simples palabras, tal vez con hechos... ¿Tal vez?
Ron corrió lo más rápido que pudo para dar con la profesora McGonagall, aunque sentía que no era lo suficiente; pero, en ese momento, había conseguido llegar al pasillo donde había visto a los Malfoy con la profesora.
-¡PROFESORA McGonagall, HARRY NECESITA SU AYUDA! ¡PROFESORA McGonagall!- gritaba fuertemente, mientras se dirigía a la puerta de la clase.
Dentro, los tres adultos escucharon a Ron y miraron hacia la entrada del aula; cuando ven aparecer al joven Weasley abriendo bruscamente la puerta.
-¡¡Es Harry!! La cicatriz...- sollozaba el muchacho al desramar una lágrima.
La profesora comprendió y, sin decir ni una sola palabra, tomó su barita y corrió hacia Harry.
Los gritos fueron menguando, pues ya se había debilitado por el dolor que había sentido.
Finalmente, como si durmiera, Harry cerró sus ojos y relajó su cuerpo. Se había desmayado y su blanquecina frente fue tomando el color rojizo de la sangre que había nacido de la cicatriz. Como lágrimas fueron descendiendo y, a simple vista, el dibujo de aquella cicatriz se hacía más permanente en su piel.
-Harry...- murmuró Hermione al ver a su mejor amigo allí... Tendido en el suelo y con aquel mal en su frente, otra vez.
-Director Dumbledore... Oh, cielos...- intentaba decir McGonagall, pero al ver a Harry, no tuvo palabras.
Todos estaban en aquel pasillo; unos, llevaban a Harry a la enfermería; otros, intentaban hallar algún remedio para aquel hecho y... Algunos habían huido de Hogwarts.
Lucius Malfoy subía en su carruaje tirado por un gran grifo y Narcissa le seguía con su hijo Draco.
-¿A dónde iremos?- preguntaba el chico con un tono un poco harto.
-Irás donde vayan tus padres y no hay nada más que hablar- dijo el patriarca de los Malfoy con un tono muy severo y mirando, seriamente, a su hijo.
El joven no parecía estar muy de acuerdo, pero reservó sus rebeldes palabras y miró hacia la ventanilla del carruaje.
El día se había tornado a un color gris, con pequeñas gotas que se multiplicaban por minutos. Había comenzado a llover fuertemente y aún esperaban a que, Harry, despertara.
-No puedo creer que le haya vuelto a pasar...- se entristecía Ron, mientras espera de pie al frente de la enfermería.
Sus ojos estaban inundados de lágrimas llenas de injusticia; aunque intentase ocultarlas, le traicionaba su habitual parpadeo y caían grandemente.
Hermione estaba sentada y apoyando su delgada espalda en la pared. Rodeó con sus brazos sus esbeltas piernas y suspiró, tristemente, mientras miraba hacia su amigo herido.
La muchacha lloraba y procuraba no decir ni una palabra, pues no podía creer que volviera a pasar semejante acontecimiento.
¿Por qué había resurgido la cicatriz de Harry? ¿Qué significaba todo esto? ¿Acaso, el Ministerio de Magia lo sabía? ¿Y los profesores? ¿Y el director?
No hallaban ni una sola respuesta para estas preguntas y, mucho menos, para las anteriores... Solo podían esperar y velar por su buen amigo.
Hagrid caminaba a paso ligero hacia los dos jóvenes Gryffindor, esperando no temerse lo peor; pero, por desgracia, había pasado.
-Oh, Harry... ¿Aún no ha despertado?- dijo el gigante guardabosques, mientras dejaba caer una lágrima de sus pequeños ojos.
-No, todavía no...- murmuró Ron mirando, con tristeza, a éste.
-¿Por qué le ha pasado esto, Hagrid? La cicatriz desapareció cuando, Voldemort, acabó con el horrocruxes que habitaba en Harry...- dijo Hermione, mientras lloraba con más intensidad.
-No lo sé. ¡Ojalá desapareciera todo esto! Aún muerto, Voldemort, nos tortura...- se indignaba el gigante.
-En parte, tienes razón, Hagrid- dijo Arberforth Dumbledore.
Todos miraron con esperanza al director, pues querían saber qué era lo que le había pasado a su joven amigo.
-Harry lleva en su interior las habilidades que pertenecían a Voldemort y, aunque éste no habite en él, sus habilidades sí- explicaba el director.
-¿Como el hablar en Parsel?- preguntó Hermione, mientras se secaba sus lágrimas.
-Exacto. Todas esas cosas, viven en Harry; porque se han amoldado a él. Pero, me temo, que llevará consigo la carga que se ha vuelto a dibujar en su frente-.
-¿Por qué le ha vuelto a aparecer esa cosa a Harry? Si, Voldemort, está muerto- dudaba, aún, Hagrid.
-¿Cómo adquirió, Harry, los poderes que correspondían a Voldemort?- respondía Dumbledore.
Se mantuvo el silencio, porque se había entendido lo que quería explicar el director. Aunque fuese injusto, Harry estaba destinado a convivir con semejante carga.
Tal vez, fuera lo más conveniente.
Como si, de una pesadilla se tratara, Harry había despertado sobresaltado y asustado. No sentía dolor y tampoco recordaba el cómo había llegado a la enfermería.
Ron y Hermione se abalanzaron hacia su buen amigo y le abrazaron fuertemente. Éste no entendía lo que había pasado aún, pero correspondió con gusto ese tierno abrazo.
-¿Qué ha pasado? ¿Cómo llegué a la enfermería?- preguntó Harry, mientras intentaba incorporarse mejor en la cama.
-No importa eso, ¿cómo te encuentras?- preguntó Hermione y llorando de felicidad al ver que, su amigo, estaba bien.
-Me encuentro bien... Aunque, lo único que recuerdo es el dolor que sentí en mi frente y...- intentaba explicarse pero, al rozar con sus dedos el lugar donde comenzó a renacer su cicatriz, silenció su voz y su rostro cambió.
Sus tres amigos entristecieron sus rostros al ver que se había enterado de su maldición.
-No os entristezcáis. Esto solo conseguirá hacerme más fuerte... Estoy bien- disimulaba Harry, con una sonrisa.
-Cuenta con nosotros- concluyó Ron, mirando a su amigo con fe de sus palabras.
Todos asintieron y permanecieron junto a Harry un poco más.
Pero, no todo parecía buenas noticias; pues, en la mansión Malfoy, se había convocado una importante reunión.
Al frente de la casa, habían aparecido los carruajes de muchos magos y brujas que habían conseguido escapar de la justicia mágica; entre ellos, Stephen Parkinson.
Todos se acomodaban en aquellos helados asientos y Lucius Malfoy encabezaba aquella alargada mesa.
-Gracias a todos por venir. Sé del esfuerzo que habéis hecho por acudir a esta reunión y, os prometo, que os será recompensado grandemente- decía Lucius con una distinguida sonrisa.
-Espero que haya merecido la pena, amigo mío- detalló el señor Parkinson, con un rostro muy preocupado.
El patriarca del clan Malfoy miró con complicidad a éste y sonrió más gratamente.
-Descuide, señor Parkinson. Ya solo nos falta coronar al heredero- explicó Lucius Malfoy con un tono más orgulloso.
Todos se asombraron, parecían entender de lo que estaba hablando y se maravillaron creyendo oír un milagro.
-¿Estás diciendo que ha aparecido? ¿El heredero de sangre pura?- preguntó Stephen, cada vez más incrédulo.
El señor Malfoy se puso en pie y tomó su fría copa de la mesa.
-¡Brindemos, por esta nueva era! ¡Por un nuevo comienzo!- concluyó, orgullosamente, mientras extendía dicha copa al aire.
Todos los reunidos se levantaron y gozaron de esa gran noticia e imitaron a su anfitrión.
Mientras bebían de su noticia triunfal, en uno de los dormitorios se respiraba amargura e injusticia.
Draco estaba sentado en el suelo de su habitación y apoyándose en su cama.
En su cabeza retumbaba los gritos de Harry y la expresión de Hermione al apuntarle con la barita. Por ese momento, le parecía una locura lo que fanfarroneaba su padre ante todos los invitados y se negó a servir a ese heredero recién aparecido.
Sellaba sus labios, más su interior se rasgaba en los irritados gritos que invadían su corazón. ¿Ira a lo mejor? ¿Injusticia tal vez?
Lo que estaba claro, es que nada iba a ser como antes... Ahora no.
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