La joven Granger había pasado la noche llorando desconsoladamente y meditando en todo lo que le había acontecido en tan poco tiempo. Entendía de la desconfianza de Harry hacia Draco Malfoy, pero su dolor iba mucho más allá que una simple duda... Había permitido que, Malfoy, rozara sus finos labios.
Tal vez no era para tanto, porque no había significado nada... O eso pensaba.
Un beso, solo fue un simple beso; ¿qué puede cambiar un simple roce en los labios? ¿Un te quiero? ¿Un me gustas? ¿Te amo, tal vez? No... Era imposible que significara algo así, pero ¿qué otra cosa si no?
Draco Malfoy es un chico malcriado y presuntuoso, egoísta y egocéntrico, por no hablar de su don para molestar a los demás con hechos y palabras hirientes.
Sin embargo, aquella vez que se vieron, Hermione sintió pena por él. Un momento, ¿pena? La joven se había lamentado, por un momento, de haberle apuntado con su barita.
Pero ¿por qué no fue más allá? Podría haberle dado una buena lección a ese chico tan presuntuoso; porque, más de una ocasión, ha recibido insultos como sangre sucia... ¿Quién podría ignorar un golpe bajo como ese?
La había desprestigiado por venir de una cuna muggle y, ahora que no puede estar junto a sus padres, esas palabras son el puñal perfecto para destruirla.
Sin embargo, el joven Slytherin, no ha empleado esa expresión en ninguna de las ocasiones que tuvo para ofenderla. Solo ha dicho su apellido.
¿Y ese beso? Podría haber mostrado alguna prueba más detallada de la advertencia, pero el chico quiso mostrarlo de una manera un poco más... ¿Intima? Un beso.
Tal vez, pensó que podría ser más que suficiente para la muchacha. ¿Acaso, Draco, podría llegar tan lejos solo para una trampa o mala jugarreta?
Podría ser el mejor plan para dañar al grupo de amigos, pero jamás haría algo así.
Ni si quiera Lucius Malfoy. Su manía de odiar y detestar a los que no venían de una alta cuna de magos, era algo mucho más que unas simples normas que llevaban ellos mismos... Nunca hubieran tocado a un mago como Hermione, si no es para matarlo con sus propias manos. Pero, ¿un beso?
La muchacha había dedicado toda la noche en estos pensamientos y no se había percatado de los incontrolables truenos que retumbaban en toda la escuela.
Su almohada estaba empapada de sus frágiles lágrimas sin consuelo. Ni si quiera, pudo levantarse para leer y, mucho menos, para ir a dar con Ron y felicitarlo por su aniversario...
¿Tanto le importó que, Malfoy, la besara? Parecería una tontería, pero... No era así. Sería una tontería si, para ella, no hubiera significado nada.
Hermione se sentía culpable de haber sentido algo tan intenso como ese sentimiento que tuvo en el momento de ese beso.
Por un momento, le gustó y parecía haberse sentido la persona más feliz del mundo. ¿Por qué? ¿Por qué sintió tal cosa? Estaba con Ron Weasley, el chico que tanto amó la joven desde la primera vez que le vio y, sin embargo, ahora está llorando más que nunca por un chico que la había torturado con insultos muchos años... Y todo por un pequeño roce en sus labios. ¿Tenía algún sentido todo esto? Para ella, parecía ser que sí, pero aún no sabía el qué exactamente.
En ese momento, alguien había llamado a la puerta.
-Hermione, soy yo... ¿Te encuentras bien? He bajado a ver a Harry y parecía estar mejor...- decía Ron, detrás de la puerta.
La muchacha se apresuró en secarse las lágrimas y en peinarse un poco, para no parecer triste ni cansada.
-¿Puedo pasar?-.
-Sí, claro...- respondió la joven, intentando aparentar normalidad.
El chico entró y, en su mano izquierda, llevaba un regalo para la muchacha.
Estaba bien envuelto en un precioso papel de color rojizo y una blanquecina tarjeta escrita por éste. Su tamaño era mediano y, a simple vista, se sabía que era un libro.
-Oh, Ron... No tenías por qué...- decía Hermione, mientras ponía sus pequeños pies en el suelo.
El joven Weasley se sentó a su lado, sonriente y ofreciéndole el regalo.
Ella lo miró con ternura y tomó su presente. Estaba un poco nerviosa, pero abrió el regalo.
-¡Es un álbum de nosotros dos!- exclamó la muchacha, llena de alegría.
-Sabía que te gustaría... He puesto las fotos, en el orden correspondiente- continuaba, mientras abría dicho álbum- ¿Ves? Aquí comenzamos a salir como amigos en el primer año... Y aquí cuando viniste, por primera vez, a mi casa...-.
Ron estaba un poco nervioso y sonrojado. Hermione dejaba caer unas tiernas lágrimas de felicidad, al recordar aquellos momentos que vivieron juntos.
El esfuerzo que había hecho Ron, era incalculable y eso lo sabía muy bien la muchacha.
-Este es mi regalo- ofreció Hermione, con una dulce sonrisa e intentando secar sus lágrimas.
El chico lo tomó y, muy ilusionado, abrió su pequeño presente.
-¡Vaya! ¿Cómo supiste que me encantaba este reloj?- se sobresaltaba el joven pelirrojo, al ver lo que más deseaba obtener.
Era nada más y nada menos, que el reloj que había salido nuevo en el mundo mágico, "Moonclock". La correa era de piel de dragón y muy útil además, porque no roza ni daña la piel y cambia al color de la ropa que lleve su poseedor; la correa rodeaba una perfecta esfera que cambiaba de forma, si la luna estaba en cuarto menguante la esfera tomaba la misma forma; las agujas eran de cristal, pero el polvo por el cual fueron fabricadas es mágico y servían como guía por la oscuridad para ir a donde desea el poseedor; y los números cambiaban de forma dependiendo del mes; por último, el fondo de la esfera, era blanco como la luna, pero en el día se volvía completamente negro.
-¡Es el mejor regalo de mi vida, gracias Hermione! Pero... Te habrá costado mucho... Lo mío, no es gran cosa...- dijo Ron, un poco apagado.
-Oh, por favor, no digas eso... Llevo ahorrando mucho tiempo, pero tu esfuerzo ha sido día a día. Has hecho un trabajo muy duro y es el mejor regalo del mundo- corrigió la joven, mirándolo con ternura y dedicándole una hermosa sonrisa.
El chico se había sentido el hombre más afortunado del mundo y abrazó a la joven Granger.
Ella correspondió a su abrazo y sintió una gran felicidad, pero, sin saber el cómo ni el por qué, llegó a imaginar cómo se sentiría al abrazar a Draco Malfoy.
Hermione cambió su semblante, se había puesto muy pálida y no podía creer lo que había llegado a pensar en ese momento tan especial para ella y Ron.
-Bueno, voy a ver a Harry. Será mejor que nos preparemos, hoy tenemos que ir al Ministerio de Magia- dijo Ron, mientras acariciaba uno de los mechones del castaño cabello de la joven.
Ella sonrió y asintió sin decir ni una sola palabra. El joven Weasley besó la frente de la muchacha y salió de la habitación.
¿Cómo pudo pensar algo así? Se había sentido realmente mal y solo le venía la imagen de ese condenado beso una y otra vez.
-¡Estoy harta!- exclamó la joven, mientras cerraba fuertemente los ojos y ponía sus manos sobre su cabeza.
En ese momento, se le ocurrió una locura, pero brillante. ¿Y si llevara a cabo su teoría? Tal vez, podría resolver sus dudas. Si volvía a besar a Draco Malfoy, a lo mejor podría saber si está enamorada de él o si solo fue una alocada coincidencia.
Definitivamente, esa misma tarde, iba a resolver todas y cada una de sus dudas.
HERMIONE Y DRACO |
MINISTERIO DE MAGIA |
TORRE DE GRYFFINDOR, SALA COMÚN |
No hay comentarios:
Publicar un comentario