Nadie paseaba por aquellas otoñales calles y no se oía ni el caminar de algún ser nocturno; pero, del sereno, fue descendiendo una pequeña lechuza negra.
Éste plumado animal, posó sus diminutas patas en las rejas de la antigua casa Black. En su pico se hallaba una carta y su remitente, el nuevo director, Aberforth Dumbledore.
En ese momento, la puerta fue abierta para la joven mensajera. De la puerta, había salido el elfo doméstico de la familia Black; Kreacher.
-¿Quién anda ahí?- dijo éste, sin salir al exterior y muy refunfuñado.
La nocturna ave, dejó volar la carta de su pico a las manos del anciano elfo y retomó su camino a Hogwarts. Kreacher entendió para quién correspondía aquella, inesperada, carta.
Toda la casa estaba a oscuras y el silencio reinaba por toda su plenitud. En las habitaciones reinaba la calma y la paz; nunca antes, Harry, había dormido con tanta tranquilidad. El-que-no-debe-ser-nombrado había muerto y, todos aquellos que sirvieron a dicho mago, habían sido capturados para ingresar en Azkaban o habían muerto en aquella batalla. Una batalla que no podía ser olvidada por nadie que perteneciera al mundo mágico, una batalla que había marcado un antes y un después... Una batalla en la que, muchos de los valientes, habían dado su vida por los demás.
Padres, madres, hijos e hijas, hermanos y hermanas... Muchos habían luchado contra el poder de Voldemort aquel día. Después de su merecida victoria, todos los magos y brujas, decidieron homenajear a todas aquellas personas que lucharon por la paz del mundo y reconocer su valor en un ampliado libro que escribiría el hermano del difunto director de Hogwarts; Aberforth Dumbledore.
El joven Potter había sido despertado por un pequeño destello de luz, que había cargado Kreacher. Harry fue incorporándose para sentarse en su cama y miró hacia el elfo.
Éste llevaba un pequeño candelabro con una luz muy insignificante y la carta del nuevo director.
-Tenga, señor...- murmuró el viejo elfo, mientras estiraba su huesudo brazo con la carta.
El joven Potter tomó la carta y agradeció a Kreacher, por su labor. Sin más adulación, el elfo, abandonó la habitación en silencio. Harry miró con cierto asombro la carta, ya que, no esperaba recibir ninguna hasta dentro de cuatro semanas, como todos los años por parte de la escuela.
¿Podía tratarse de alguna emergencia? ¿Un mensaje importante sobre algo que había ocurrido, después de la muerte de Voldemort? El muchacho sentía temor al pensar lo peor que podría haber ocurrido, aunque debía ser valiente y comenzar a abrir el sobre que guardaba la carta.
Fuera lo que fuera, quiso afrontarlo; porque, ¿qué podía ser peor que Voldemort? Sabía que era imposible el regreso de éste, así que, leyó la carta.
>>Estimado señor Harry Potter;
se le convoca, urgentemente, a asistir en esta misma noche a Hogwarts.
Como comprenderá, será acompañado por un profesor de la escuela y
es preciso que acuda sin más contratiempos.
Atte. Aberforth Dumbledore.<<
Harry no entendía por completo el por qué de su apresurada asistencia, sin embargo, decidió avisar a sus mejores amigos.
Las luces de la casa comenzaron a encenderse y los cuadros mágicos parecían haber despertado de su sueño. ¿Qué es lo que pasaba en Hogwarts? ¿Por qué debía de ir, en ese momento, a la escuela?
Su preocupación solo podía ascender y las preguntas le ahogaban, al no hallar ninguna respuesta.
Harry se encontraba solo en la casa y, mientras iba de un lado a otro, seguía dándole vueltas a un sin fin de repetidas dudas.
-¡Kreacher, necesito que vayas a casa de los Weasley! ¡Ve y llama a Ron y a Hermione! ¡Vamos!- ordenaba Harry, sin mirar tan si quiera a éste; ya que, preparaba su equipaje para su inesperado viaje.
El elfo asintió en silencio y, con un ligero pero intenso chasquido, desapareció.
Aún gobernaba la intensa noche, sin embargo, la paz de un profundo sueño fue interrumpido en la casa de la familia Weasley. Todos dormían placenteramente y ninguno había oído la entrada mágica del viejo elfo.
Kreacher subió por las alargadas y estrechas escaleras, intentando encontrar a Ron y Hermione.
Había tenido suerte.
-Disculpa, Weasley; pero mi amo, el señor Harry Potter, requiere de tu presencia en esta noche- decía Kreacher, al encender la luz de la habitación y sin ninguna contemplación por el chico, que dormía tan tranquilamente.
-¡¿Cómo?! ¡Maldito elfo, ¿es que no sabes qué hora es?!- gritaba Ron, de lo indignado que estaba con éste.
-Sí que lo sé. Exactamente son las cinco de la mañana y, mi amo, me ha ordenado buscarlo a usted...- continuaba mientras fruncía más su ceño arrugado- Y a su... Compañera...-.
El chico pelirrojo sabía de la indignación que poseía Kreacher por los que no eran nacidos en cunas de magos, pero le ignoró y decidió ir a dar con Hermione.
La muchacha dormía en la habitación de Ginny Weasley, en la litera de abajo.
El dormitorio parecía el de una niña pequeña. Las estanterías estaban llenas de libros con colores vivos y muñecas de trapo con sus vestidos de encajes.
El escritorio se encontraba al fondo de la habitación con una pila de libros, que pertenecen a la escuela de magia.
El color de la pared era de salmón y con varias fotos de la familia y amigos de Ginny.
En ese momento, Ron toca la puerta del cuarto y llama a Hermione.
Pero no solo despertó la joven Gryffindor, ya que, toda la familia Weasley se había puesto en pie al oír tanto ruido.
-¿Se puede saber qué haces despierto a estas horas, Ronald Weasley?- decía Molly Weasley muy seria y cubriéndose con su abornóz tejido a mano.
-Buenas noches, señora Weasley- murmuró Kreacher, desde la puerta de la habitación de Ron.
-¿Kreacher? ¿Qué haces aquí?- preguntaba la señora Weasley.
-¿Le ha pasado algo a Harry?- intervino, preocupado, Arthur Weasley.
-Mi amo me ha enviado a buscar al señor Ronald Weasley y... A su compañera...- decía el viejo elfo entre dientes.
-Su nombre es Hermione, ¡Hermione!- recalcaba el joven Weasley, bastante cansado de ver cómo, Kreacher, desprestigiaba a la muchacha con un semblante muy arrugado.
La joven Granger salió de la habitación con Ginny y miraron a Ron con preocupación, porque no entendían lo que estaba pasando.
-Pero, ¿Harry está bien?- insistía Arthur.
El elfo asintió con la cabeza y miró, seriamente, a los que había venido a recoger.
-Necesito que me acompañen- decía mientras ofrecía su sucia mano a Ron.
El muchacho tomó la mano de éste y ofreció la suya a su compañera; ya que, Kreacher, no quería tocar a Hermione.
Sin más, con otro chasquido, desapareció ante los ojos de la familia Weasley.
Poco a poco, fue amaneciendo en todo el país y el frío seguía siendo el principal protagonista del día.
Los árboles comenzaban a desnudarse ante la helada estación. Dentro de la casa Black, Harry había terminado de bajar todo su equipaje y tomó aliento.
En ese momento, aparece Kreacher con los dos jóvenes Gryffindor.
-¡Harry!- dijo Hermione, feliz de ver a su mejor amigo.
El joven Potter, se dirigió a sus buenos amigos y los abrazó con fuerza. Parecía como si, las dudas que nacieron de su interior, hubieran disminuido al abrazar a sus compañeros. Ese momento era realmente especial para Harry, porque, después de mudarse a la casa que había heredado de su padrino, Sirius Black, no tuvo la oportunidad de abrazar a Ron y a Hermione con tanta intensidad.
Harry sintió la paz que tuvo antes de recibir la carta o puede que sea mucho más que eso; porque, con ellos, se sentía como en casa... Como una familia de verdad. Para él, sus amigos, era la familia perfecta; aunque echara en falta el conocer y vivir con sus padres, sabía que nunca le faltaría amor por parte de la familia Weasley y de sus dos mejores amigos, Ron y Hermione.
-¿Qué ocurre? ¿Estás bien?- preguntaba Ron mientras dedicaba su mirada a los ojos que había heredado Harry de su madre.
-Esto... Harry, aún quedan cuatro semanas para irnos a Hogwarts...- murmuraba Hermione, mientras se acercaba al equipaje de su amigo.
-Sé que faltan cuatro semanas para el comienzo del curso; pero, el director Dumbledore, me ha enviado una carta esta noche...- explicaba Harry, mientras se apoyaba en la baranda de las escaleras.
El joven Potter acariciaba el lugar donde había tenido la cicatriz que le había dado tanta fama hace varios años. Sin saber el por qué, sentía que le ardía, como aquellas veces... Cuando el-que-no-debe-ser-nombrado le torturaba con su horrible presencia.
-Harry... No me dirás que, Quien tú sabes, ha vuelto ¿verdad?- preguntaba Ron al empezar a inquietarse.
-Eso es imposible, Ron. Todos hemos presenciado la muerte de Voldemort- aclaraba Hermione mientras tomaba a Harry de la mano, con la que éste acariciaba su frente.
La joven Granger apartó el fleco que cubría la blanquecina frente de su amigo y, como ella esperaba averiguar, no halló rastro de la cicatriz.
-Es evidente que algo pasa, pero no tiene que ver con Voldemort... ¿Verdad, Harry?- preguntaba Hermione, con una mirada cómplice, temiéndose algo.
Su amigo entendió lo que, ésta, quería decir y asintió.
-Pero, si no es por lo de... Bueno, ya sabéis Quién; ¿por qué quiere, el director, que Harry vaya esta noche a Hogwarts?- decía Ron.
Aunque, ninguno de los presentes, sabían qué contestar a su pelirrojo amigo.
Comenzaron a preguntarse, internamente, qué había cambiado para sentir tanta inquietud. Comprendían que algo pasaba, aunque fuera insignificante, pero algo sucedía en su interior; porque, no era la primera vez, que sentían ese temor y esas dudas antes de llegar a Hogwarts.
¿Acaso, se les ha ocultado algo? Algo que debió ser contado, pero no se ha hecho hasta ahora... ¿Sería eso?
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