Los cuatro jóvenes magos, se habían dedicado todo este tiempo en leer varios libros de magia y pociones, intentando aprender varios hechizos que pudieran ayudarlos a liberar a los Malfoy.
Podría ser una locura o tal vez no... Lo que deseaban era que, los Malfoy, pagaran todas y cada una de sus malas acciones; pero, lo que no esperaban presenciar, era la sentencia de muerte que se les había otorgado.
Sin embargo, en este último día de vacaciones, los cuatro jóvenes Gryffindor, dejaron todo su trabajo para acudir al callejón Diagon y comprar los materiales nuevos.
A Hermione le apasionaba ir a comprar sus libros nuevos, sus plumas de escritura, los pergaminos nuevos... Un sin fin de material mágico. Mientras que, a Ron, solo le gustaba la tienda mágica de broma de su hermano George Weasley.
Después de que, Fred Weasley, muriese en la última batalla contra Voldemort, George se encargó de llevar la tienda él solo.
De vez en cuando, Ron iba a ayudarlo, pero su hermano mayor se enfadaba con éste; porque aún no había superado del todo algunas cosas que había vivido junto con su hermano gemelo.
Los cuatro jóvenes, se quedaron mirando el exterior de la tienda, pues no se atrevían a entrar y dar con él.
-Bueno, continuad vosotros con las compras... Yo intentaré ayudar a George- murmuró Ron, mientras se despedía de sus compañeros y amigos.
-¿Quieres que os ayude?- se ofrecía Harry.
-No, mejor no... Aún no sé de qué humor estará hoy...- concluyó el joven Weasley, un poco desanimado y dirigiéndose a la entrada.
Harry, Hermione y Ginny no objetaron nada más y continuaron su camino hacia la tienda de libros mágicos.
-Nunca pensé que estuviera tan mal...- dijo Harry, un poco cabizbajo.
-Aún se nos hace duro el ver a George tan... Solo...- explicaba Ginny, bastante triste.
-George es muy valiente. Él sigue adelante con la tienda y, eso, requiere mucho valor...- animó Hermione.
Los dos jóvenes asintieron con una sonrisa de agradecimiento.
En ese momento, se encuentran a dos compañeros muy difíciles de olvidar.
Eran Neville Longbottom y Luna Lovegood. Paseaban por el callejón con varias cosas de material escolar y hablando muy animadamente.
Hasta que, ambos, dirigieron sus miradas a éstos.
-¡Harry, cuánto tiempo!- exclamó Neville, muy contento de verlos.
Los cinco estudiantes se juntaron y se saludaron gratamente.
-¿Cómo habéis pasado este verano? Apenas habéis escrito- decía Harry, con mucho más ánimo que antes.
-Bueno, no pudimos escribiros porque... Bueno...- se ponía más nervioso Longbottom.
-El caso es que, Neville y yo, estamos saliendo- confesó Luna con una dulce sonrisa.
-¡Muchas felicidades!- exclamaba Ginny Weasley, bastante contenta.
-Cuánto nos alegra veros así de bien- dijo Hermione, mientras abrazaba a su amiga Ravenclaw.
-¿Os parece si tomamos algo en el caldero chorreante? Llevamos casi toda la mañana visitando tiendas y estamos algo cansados...- rogó Neville, un poco colorado de la confesión que dio su compañera.
A todos les pareció una gran idea y se encaminaron hacia el lugar.
Llevaban un paseo agradable con risas y conversaciones interesantes; por un momento, habían olvidado el caso de los Malfoy.
Pero, para su suerte, se encontraron con un grupo de tres chicas de pelo negro como la noche; con mirada fría y de odio... Quien encabezaba a las dos últimas, era nada más y nada menos que Pansy Parkinson.
-¡Tú, maldito Harry Potter! ¡Por tu culpa, han condenado a Draco Malfoy y a su familia a sentencia de muerte!- decía a voces la joven Slytherin, muy indignada y llena de odio.
Luna y Neville sabían del juicio que habían tenido los Malfoy, pero no estaban al tanto de la sentencia y miraron, con asombro, a Harry.
El joven Potter tragó saliva, no podía darle ninguna respuesta a Parkinson...
-¡Eres un asesino, Harry Potter! ¡Eres un asqueroso asesino!- seguía más indignada.
-¡Ya basta! Harry solo dijo la verdad- salía en su defensa, Ginny Weasley.
-¿A sí? ¡Dime, Potter, ¿Draco te puso una mano encima, alguna vez?! ¡Asesino!- amenazaba ésta, mientras sacaba su barita.
Ginny sacó de su bolsillo su barita y apuntó a Pansy.
-¡¿Qué haces estúpida cría?! ¡Defiendes a un asesino mayor que Lord Voldemort!- seguía enfadada la joven.
-¡No te atrevas a insultarle, Parkinson!- se enfadaba más la joven Weasley.
-¡Expelliarmus!- atacó Pansy Parkinson.
-¡Deletrius!- se protegió Ginny.
La joven Slytherin estaba bastante irritada e iba a invocar otro hechizo en contra de la muchacha pelirroja; pero, en ese momento, alguien interviene en la disputa de ambas estudiantes.
-¡Expelliarmus!- dijo una voz adulta. Éste consiguió desarmar a la joven Slytherin.
Era un mago, de pelo oscuro y atado con una coleta; sus ojos eran negros e intensos; su piel era blanca como la nieve; y vestía con ropas elegantes de color granate y capa púrpura.
Su voz era suave como la brisa, pero bastante robusta.
-Señoritas, si no me equivoco, no podéis emplear ningún hechizo fuera de la escuela- aclaraba dicho mago guardando su barita y con mirada seria.
Nadie sabía quién era este mago y tampoco el por qué intervino en la discusión; pero parecía ser alguien con autoridad.
-¡Ginny Weasley, ¿cómo se te ocurre hacer un duelo? Aún no tienes edad para eso!- gritaba Molly Weasley, cansada de correr hacia el lugar.
-¡Empezó ella!- explicaba Ginny, algo irritada.
-¡Basta! No quiero oír ni una excusa más... No debes emplear la magia, hasta que no tengas la edad y lo sabes- seguía regañándola la señora Weasley.
-Muchas gracias, profesor Reason... Perdone las molestias, aún son jóvenes y...- se excusaba Arthur Weasley.
-No se preocupe, señor Weasley. Yo también fui joven y también me metía en líos. He de irme, vamos señorita Parkinson- concluyó éste, con una educada sonrisa y cogiendo del hombro a Pansy.
Sin saber el por qué, Harry sentía que lo conocía... De algo le sonaba, pero ¿de qué?
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